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MARIPOSA NOCTURNA



En el tiempo que no usaba tarjetas de crédito

me iba más de una vez, sólo, a esperar el amanecer.

Era a la única cita que yo acudía sin ponerme nervioso,

sin el temor que me dejaran plantado como solía sucederme.

Sabía que el sol cumplía su palabra y saldría como siempre

para llenarme el corazón de luz y de asombro.

Eran los años en que miraba los árboles sin querer comprarlos,

cuando la primavera no tenia precio y la tierra era de todos.

En ese tiempo, quizás, me hubiese enamorado de ti a primera vista

y te hubiese seguido a pie, en bicicleta, en balsa,

en un tren de carga y habríamos hecho el amor

a la orilla del río, bajo un puente, en una isla,

en una estación abandonada, en una plaza,

bebiendo agua de lluvia y comiendo comida de palomas.

No tenía ningún vicio en ese entonces, ni malas intenciones,

Ninguna marca en el cuerpo, ninguna deuda en el alma.

Me habría perdido en el aire de tu mirada como un niño

en una playa llena de gente distraída.

Me hubiese ido contigo, colgado de tus senos,

hasta el confín de tu sexo, hasta el fondo de tu amor.

Me habría instalado en tus ojos como un pájaro en su nido,

como un sueño en el sueño, como una raíz en el suelo.

Nunca hubiese imaginado, entonces, que esa piel de seda pura,

esa cara de novia que cualquier madre quisiera para su hijo,

estarían a la venta como un vestido, un perfume, un par de zapatos.

Tampoco habría aceptado, en ese tiempo, tu generosa oferta,

Mariposa nocturna que revoloteas en mis pensamientos

y te posas sobre mi boca melancólica... En ese tiempo.

Pero hoy, en esta fría noche de mi otoño, me ofreces por unas horas

el calor de tu cuerpo en flor por casi nada.

No tengo que pensarlo dos veces, no lo pienso siquiera.

Te seguiré a pie, lentamente, discretamente, prudentemente,

ansiosamente, hasta tu lecho






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